¿Por qué engaño a mi mujer?

  1. Porque es el único modo de sentirme vivo. No basta con que te cojas a tu vieja. No basta con que la ames. Si de verdad quieres sentirla en todo lo que es, tienes que engañarla. Es el único modo de raspar la corteza de la condición humana y sentir que tocas fondo. Yo te lo digo. La vida da muchas vueltas. Soy un ruco y tengo razón en lo que te estoy planteando, por muy mamón que se oiga. Estamos hablando de zambullirse en las oquedades de la existencia humana y salir con el cuerpo empapado de vida. Sacudir la cabeza y salpicar a todos los que estén al rededor. Los hombres ya no engañan. La mayoría prefieren hacerse güeyes, ser fieles hasta las últimas consecuencias. Creen que el amor gratifica todo y que en la medida que amen su mujer les corresponderá igual; o, peor que eso, no importa si su mujer se fija en otro cabrón, que ellos la aman tanto que lo pasaran por alto o, si se llega a descubrir, la perdonaran. Qué huevos. El hombre de nuestro tiempo, ese ejecutivo bien vestido de BMW, prefiere llevarse la fiesta en paz. Ver la televisión cuando llega a su casa, leer una revista linda, escuchar música, cualquier cosa que lo aleje de la podredumbre de bicho que es él mismo. Y siempre le saca si de engañar a su mujer se trata -podría ser, por qué no, con una teibolera; pero eso no es engañar, esa cogida equivale a una chaquetita. Inventa un millón de pretextos, la cosa es no violentar a su esposa, lo que sea pero que no se enoje. Eso es vivir en la mediocridad. Estar muerto en vida. Y conste que no estoy hablando de una osadía mayúscula. Simplemente engañar a la mujer, sólo eso recompensa el hecho de haberse casado.
  2. Porque hay que vivir en el límite todos los días. Cuando se engaña a la mujer se vive contra la pared. Es el único modo de no convertirse en mediocre. Tiene mucho más arrojo un hombre que engaña a su mujer que uno que dirige una empresa. Porque una mujer que descubre un engaño se convierte en una amenaza silenciosa. Todos los días esa mujer planea el modo de vengarse y se prepara asiduamente: va enterrando las uñas del desprecio en el corazón de aquel marido con mesura, con deleite. Puede mantener la boca cerrada, pero eso no significa más que la espera para el golpe mortal. Que tal vez se dé y tal vez no. Lo que importa es seguir el atajo de la crueldad.
  3. Porque es el mejor modo de ejercitar la astucia. Qué aburrido es cuando la mujer -esposa o no, eso es lo que menos importa- posee un amplio criterio o bien tiene inteligencia y cultura de sobra y acepta sin aspaviento alguno que su marido se acueste con otras mujeres. Es de hueva una mujer así. El varón se vuelve acomodaticio, como mujercita; no se juega más la vida. No, no. El chiste es armar toda una estrategia de salidas, compras, llamadas telefónicas, asuntos pendientes. Sin abusar, sin irse de bruces. Pero sobre todo -y mucho ojo con esto- sin forzar la máquina. Vamos, de lo que estoy hablando es de remontar el vuelo de la montaña más alta: la perspicacia de una mujer. Que son duras. Para que una mujer se trague la píldora del engaño se necesita mucha inteligencia. Porque tampoco hay que fingir la fidelidad absoluta, la ceguera estúpida delante de la belleza de otras mujeres. Esta estulticia no la soporta la mujer verdadera -protagonista de estas líneas. Hay que dejarle ir la cabecita, que no se le olvide con quién está casada. Comentarios aislados, como quien no quiere la cosa. Gemidos delante de mujeres hermosas que aparecen en las películas y que uno se las imagina en la cama, cogiendo rico. Un suspiro profundo es suficiente. Es una llamadita de atención que simplemente le hará recordar a la mujer que está casada con un hombre capaz.
  4. Porque es la única manera de cobrarse cuentas pendientes. ¿Cuáles cuentas pendientes?, se preguntará alguno, si mi esposa es cien por ciento fiel. No me refiero exactamente a esas cuentas. Estoy pensando en otras más simples y que cada hombre tiene que tener muy en claro. Por ejemplo ante unos frijoles fríos, un marido puede decir esto vale una infidelidad y ante una mala cara tal vez reflexione esto te va a costar dos infidelidades. Éste es un hombre sabio. En su casa lleva la fiesta en paz y por abajo del agua prepara sus armas. Entre más cuentas tenga que ajustar, mejor. De ladito, su mujer se reirá de él. Lo considera un pobre diablo. si supiera...
  5. Porque es delicioso. Todo lo que significa transgresión. Todo lo que es violentar los cánones en los que somos rígidamente educados -sometidos, sería más apropiado decir. Todo lo que va de la mano con el acto de manifestarse como se es. Todo eso se disfruta como si no hubiese placer más auténtico. Naturalmente que habrá quien disfruta la fidelidad al ciento por ciento y eso es tan respetable como admirable. Pero desde el momento en que uno dice acepto, se está echando al cuello la soga del fastidio, del futuro -y no muy lejano, por cierto-  engaño. El mundo siempre ha sido así. Y aquí cabe hacer un paréntesis; ¿qué prefieres, sé neto y di qué prefieres: la lealtad o la fidelidad? ¿Que tu mujer te sea leal o te sea fiel? ¿Que se acueste con veinte cabrones pero que te sea leal, que si alguno de ellos le habla mal de ti lo corra de la cama en ese instante? ¿O que te sea fiel aun en el caso de que te desprecie? Tú di. En cuanto a ti y a mí, conozco la respuesta. Somos leales, eminentemente leales. Ay de aquella mujer con la que nos acostemos que se exprese mal de nuestra mujer. Y en la misma medida exigimos lealtad.
No, esto no lo escribí yo, ni es lo que pienso pero me gustó la sinceridad con la que lo escribió Eusebio Ruvalcaba en la sección titulada "Un hilito de sangre" de la revista "La mosca en la pared" en la edición de Octubre de 2006. Se que cuando mi esposa se de cuenta de que publiqué esto en mi blog me costará una discusión y unos días de dormir en el sillón pero "hay que vivir al límite todos los días" ¿no?.

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